Desde el momento en que comencé a jugar Paperklay, su estética única me atrapó. No es solo otro juego indie con gráficos minimalistas; es una experiencia que aprovecha el encanto de lo artesanal, como si cada elemento hubiera sido recortado y colocado a mano. Pero, ¿logra esta premisa visual mantenerse interesante más allá de su fachada? Tras varias horas de juego, puedo decir que sí, aunque con algunos matices.
Un Mundo que Invita a Explorar
El juego nos sumerge en un universo de papel donde cada detalle, desde los personajes hasta los escenarios, parece sacado de un cuaderno de manualidades. La paleta de colores, cálida y orgánica, refuerza esta sensación de calidez, casi como si pudiera tocar las texturas. Los niveles están diseñados con una mezcla inteligente de plataformas clásicas y puzzles que, sin ser revolucionarios, mantienen el ritmo adecuado para no frustrar ni aburrir.
Sin embargo, no todo es perfecto. En ocasiones, la jugabilidad peca de ser demasiado segura, sin arriesgar lo suficiente en mecánicas nuevas. Los enemigos y obstáculos siguen patrones predecibles, lo que puede restar emoción a los jugadores más experimentados. Aun así, el apartado artístico y la banda sonora, llena de melodías acústicas, compensan estas carencias creando una atmósfera envolvente.

Narrativa Simple pero Efectiva
La historia de Paperklay no busca competir con tramas épicas, sino conectar mediante pequeñas dosis de emotividad. Sin mucha profundidad ni dobles lecturas, el relato se construye a través de escenas hechas con el propio motor del juego y bocadillos de diálogo. Es un acierto, pues encaja perfectamente con la esencia del juego: minimalista pero expresivo.
Eso sí, quienes busquen profundidad argumental pueden sentirse decepcionados. El mensaje es claro (habla sobre la creatividad y la fragilidad), pero se queda en una superficie que se antoja excesivamente naif. No es un defecto grave, pero sí una oportunidad perdida para dejar una huella más duradera.

Veredicto: Una Joya Íntima
Paperklay no pretende ser el juego del año, ni lo necesita. Es una experiencia corta pero cohesionada, ideal para una tarde de desconexión. Su mayor virtud es la personalidad: cada elemento, por pequeño que sea, refleja cariño por el diseño manual. ¿Recomendable? Absolutamente, especialmente para quienes disfrutan de propuestas diferentes y relajadas. Eso sí, no esperéis un desafío frenético ni una narrativa compleja. Aquí la magia está en lo sencillo.
Recomendado para aquellos que busquen una experiencia nada agresiva o para jugar con tus hijos más pequeños.